ALGUNAS COSAS que debería haber hecho ANTES DE LOS 27

Se acerca una efeméride relevante a la par que inquietante, si tenemos en cuenta que este blog lo escribo yo y la importancia que tengo es incalculable (memorable La elegancia la llevo yo). Dentro de poco tendré el fastidioso placer de celebrar que nací hace veintitantos años. Fecha que me recuerda –últimamente con mucha insistencia– que debo plantearme con urgencia el aniquilamiento fulminante de mi cuenta de tuenti, y no solo porque aborrezco sus constantes y patéticos estados de amor, sino también porque la cifra que alcanzaré es más digna compañera de los trenti que de los tueinti. Parece la típica crisis vital que entra cada vez que el cambio de década en tu ser acecha, pero eso me suele pasar cada año. Yo este bajón existencial –que puede durar de por vida–, lo reduciría básicamente a una sola premisa: tener un trabajo, que por la causalidad narrativa de todo relato que se precie, me llevaría a tener la oportunidad de conseguir las demás.

Febrerillo loco

Ante este devastador panorama me ruge por dentro una voz de tigresa desalmada que me enumera –así como un tigre que además es parlante– todas aquellas cosas que no he tenido la oportunidad de hacer hasta ahora y que se supone que somos europeos, ¡hombre ya!:


* Aprender a hacer algo del arte culinario –como mínimo apreciarlo-. Saber hacer potaje, una paellita, etc. nunca viene mal cuando tienes muchas papeletas para emigrar pero sabemos que vivir aún con tus padres como compañer@s de piso es lo que tiene.


*  Hacer el interrail –el cash no da ni para eso, y ya es decir mucho de las condiciones infrahumanas en las que sobrevivo–.


*   Leer Los pilares de la tierra –si se considera un delito contra la propiedad intelectual no tenerlo en cuenta ni para usar este libraco como calzador de un armario soy culpabilísima–.


*   Atendiendo a la idiosincrasia tan peculiar de este país debería tener ya hace tiempo una hipoteca, –me amplío el plazo mínimo  hasta los 40–.


*    Hablar inglés fluidamente. Parece ser que ya debíamos haber nacido bilingües y más si teníamos pensado acceder a una formación superior. Según la moto que nos vendieron –más gripada que la de un hippie–, gracias a haber crecido en una época de bonanza económica -y según dicen democrática- para chupópteros, podíamos permitirnos ir a la universidad, que aunque nuestros padres fueran de clase trabajadora, podíamos aspirar a tener un futuro mejor –será por eso que Urdangarín se pudo ir a hacer las Américas y con un buen cargo en Telefónica-. Al final va a ser el inglés el origen de todos los males porque te lo piden para todo; yo a mi madre la tengo Fritter (frita) con el vocabulario que es muy importante, y eso que es una housewife (ama de casa). Pronto te piden el B1 -agárrate los machos el nivelazo- para ser un simple presidente del Gobierno, claro está que ahora no es estrictamente necesario porque la proyección internacional y la responsabilidad que el rango conlleva no es nada comparado con la de conversaciones en lenguas comunitarias y extracomunitarias que una cajera de supermercado debe mantener durante su jornada laboral -que para eso está todo el día tocándose ahí –o ahí– y recibiendo por ello una desorbitada cantidad de dinero como remuneración a sus miniservicios protocolarios-. [Emoticono irónico]


*    El árbol lo planté, cuando iba a la escuela, igual pega ya ir pensando en hacer lo propio con un geranio o algo –aunque para esto soy como con la cocina, ni me gusta ni me interesa-. Me va quedando poco tiempo  -más bien pocas ganas- para escribir un libro y tener un hijo; tampoco tengo colaborador –véanse los manuales de (ex)amantes, (ex)amigos, y otras formas de inseminación invitro del montón–, que para tener un hijo se necesita, y para escribir un libro ni te cuento –pregunten por Ana Rosa Quintana los interesados–.


*    Plantearme las cosas que debería hacer después de los 27.Yo diría –y tú seguro que también lo estás pensando- que todo lo de antes, más ir dejando paulatinamente esa pubertosa costumbre, a la cual le tenemos tanto apego los ochenteros y de la que nos cuesta tanto trabajo apartarnos: todavía no se ha confirmado científicamente pero el botellón puede llegar a dañar la imagen de una persona que ya empieza a poseer unas cuantas arrugas y otras tantas canas –tengo que confesar que tengo ambas dos, y que la sabiduría que da la vejez ya murió hace tiempo antes apenas de existir a base de ahogar neuronas en alcohol–.

Puedo prometer y prometo, que esto solo es una lista de despropósitos, no estoy dando mi palabra de que lo haré todo, igual me doy de margen unos diez años más –como lo de la hipoteca–, pero lo que si me gustaría conseguir en breve es que de una vez por todas me familiarice con el Euro, ¡que mira que pasan los años, pero en pesetas todo se veía más claro, por no decir barato!