Un blog en el que intento juntar palabras para decir cosas, normalmente insustanciales.

1/3/12

LA MODERNURA DE PUEBLO (o como hablar de cualquier cosa para rellenar un post)

Hace un par de semanas me disfracé para carnavales, ya saben, telas estridentes, pelucas eficaces para  risoterapia y mucho cachondeo -y yo no iba a ser menos que Río de Janeiro, Cádiz o Las Palmas-. Una vez repartido todo el bacalao, o lo que es lo mismo el botellón finiquitado, me fui a casa con esas copichuelas de más que te quitan el sentío -con todo lo que el concepto connota y denota-Caminando pues iba yo por las callejuelas del centro histórico de mi localidad -todo el mundo sabe que mi pueblo no tiene de esto, pero escribir bien no cuesta nada-. Iba yo, pizpireando, fantaseando y canturreando a lo Dancing in the moonlight, ese fabuloso tema  que te alegra y te inspira because Yes. No se crean, que hasta me atreví con unos chasquidos de pies en el aire y todo, no sin antes asegurarme que nadie podía verme -que una es solo absurda en ciertas ocasiones y sinceramente, prefiero serlo en la intimidad-.


Dancing in the moonlight, interpretada por Toploader

El reloj de la Iglesia del pueblo comunicaba incesante lo que parecía una hora en punto. Como no entiendo de estos soniquetes pensé que era mejor asegurarse y mirar la esfera, así lo hice y efectivamente, si mi miope vista y mi tasa de alcohol en sangre no me estaban jugando una mala pasada, eran las 4 a.m -una hora considerablemente apropiada para mi edad, aunque desfasada para según qué progenitores que parecen creer que cumplimos años cada bisiestos porque sino no se explica-. Todo muy pintoresco, pues hasta oí cantar un gallo, kikiriki entonaba en fantásticos agudos cual ráfaga en looping -igual no he usado bien el término, pero es algo así como en bucle-.

¿A las 4 de la mañana? ¿qué tipo de pienso adulterado le dan ahora a estas pobres criaturas que ya no cantan cuando sale el sol? Esta circunstancia vuelve a demostrar, la irremediable falta de compromiso del Águila Roja con las injusticias de nuestro tiempo. Igual este gallo era importado de alguna estresante ciudad donde la gente se tiene que levantar unas cuantas horas antes de ir al trabajo, o de Inglaterra -que allí amanece más temprano- y el kiriki tenía la alarma trastocada para lo que viene siendo un ambiente de countryside de toda la vida.

Cuando me hago preguntas a mi misma malo, arrancan los motores de las peligrosas máquinas del pensamiento Kafkaniano que llevo dentro -más bien por su sinsentido podría denominarse pensamiento Arrabaliano, pero esto perjudicaría mi imagen; lo dejo en Dadaísta-. Como el gallo cantó permitiendo la puesta en marcha de cualquier actividad laboral, me puse a engrasar las rotativas de mi mente en esos dos minutos que me separaban de la puerta de mi casa -con tiempo extra de descuento de medio minuto, por lo de buscar la llave, acertar a entrarla en la cerradura y todo ese duro proceso que conlleva el querer entrar en una casa, que a veces no tiene porqué ser la tuya-. Cuando entré y cerré la puerta, la más inquietante de todas las preguntas sin respuesta abordaron mi cabeza, interrumpiendo -sin ninguna put... gracia- el hipo que venía acompañando mi compás de caminante cual peregrino se apoya en su palo: ¿Dónde estoy en Madris o o en el poblao?

Luego ya, caí -además de en el sofá- en que los tiempos cambian, y los pueblos también. Por que últimamente somos tod@s, por muy de pueblo que seamos, muy modern@s. Dejando atrás ese parecido poco razonable que nos encasillaba al estilo de mi pariente el señor Barragán o con Marianico el Corto, tod@s conseguimos montarnos nuestro halo friki, moderno, hipter, it girl, nerd... Sí cazatendencias, aquí también hay Street Style, todos sabemos de trendys, de Vogue y de quién coñ... es Ana Wintour -y si no googlea-, como se pronuncia Jon Kortajarena, y lo más estupendo, cómo de guapo es. Estamos constantemente updating. Manejamos tuenti, facebook, hi5, hasta el mundo experto y pseudoserio de twitter. Conocemos las redes sociales mejor que la tabla del 5, tenemos hasta gafas de pasta -¿porqué ya nadie se compra monturas con cristales al aire?-. Tod@s vestimos de Inditex, nos creemos y nos divierte Amélie; hasta mi abuela tiene una rebeca de Zara -uy perdón, quería decir cardigan-. La gente tiene smartphones, pm3, tablets, superbicicletas ergonómicas, Ikea nos vuelve crazys. Oímos música en inglés y hasta conseguimos identificar en ellas palabras como love, heart y sun ..., para parecer más cool, casi que nos gusta Björk -esa nórdica que se perfila como la evolución genética de la pequeña Suri Cruise-. Paddle, jogging, runnig, spinning, comemos muffins, carbohidratos -nada de calorías- y sabemos que este año tampoco podremos ir al Bulli. Se conducen minis, escarabajos y 600... Llevamos gafas de sol, tatuajes, gorras y todo tipo de sombreros por mera contribución a la estética.


De Gran Hermano como experimento sociológico me rio yo, ¡Ja!, que nos pusieran una FNAC -lo íbamos a petar-, solo para comprobar si el frikismo que estamos construyendo en las rural zones conseguiría  desbancar al de las cities, impulsando aún más nuestra pertenencia a la globalidad. Pero no sé si igual sería más apropiado en este hipotético caso, prescindir de la planta en la que puedes echar un ratito leyendo -o un ratazo, como tú veas-, incluso eliminaría toda la planta de libros. Porque eso sí, en los pueblos hay cosas que aún no se han adaptado a la urban style of life, como el trasporte -por razones obvias- y la cultura de biblioteca. Más bien las bibliotecas locales se han trasformado en zonas recreativas y sustitutivas de guarderías. Otra cosa que no acabo yo de ver por aquí es la afición por el skate, aquí los chavales son más de motos -ya vamos con ventaja, ¡petróleo, petróleo!-.

Todo lo que me dio de sí la noche, no sirve más que para confirmar que soy más pesada describiendo que Benito Pérez Galdós, que todo lo que me quita el sueño no tiene sentido y que las asociaciones temáticas que me empeño en hacer sirven simplemente para rellenar un post; y también porqué no, para reivindicar ese lugar que merecen las modernuras de pueblo. Somos equiparables a los comportamientos, gustos y aficiones de esos peces de ciudad, aunque hay una esencia que no se pierde nunca, porque no sé ustedes, pero yo en una escala del 0 al César Cadaval sigo puntuando positivo como omaíta profesional.

Ya cuando me acosté las copichuelas de más se hicieron notar -efervescentes como un volcán-, y me acordé de Natalia Berbeke: yo también en contadas ocasiones, le profeso amor a mi retrete.

No hay comentarios:

Publicar un comentario